sábado, 19 de febrero de 2011

La cueva

La linterna se apagó. La batería se había acabado. Llevaba días perdido en esa cueva, y estaba abatido. Las provisiones se habían acabado hace tiempo y ahora también había perdido la luz, su única orientación, su última esperanza para poder salir de allí.


Se sentó en la húmeda gruta y se puso a pensar, lo único que podía hacer ya. Las lágrimas resbalaban por su rostro magullado por el dolor. No sabía porque estaba en aquella situación, como había llegado hasta allí. No sabía la razón ni el motivo, pero sabía que era el final.
Se dio cuenta de que tenía miedo, y pensó que era miedo a morir, pero poco a poco se dio cuenta de que no era a la muerte a lo que temía. La angustia se empezó a apoderar de él, le costaba respirar, sentía como si una losa le oprimiese el pecho, y tenía ganas de vomitar. No tenía fuerzas ni para ponerse en pie, el cuerpo ya no respondía.

Se dio cuenta de que ese miedo era miedo a la soledad, miedo a morir allí solo. Miedo a morir sin conocer las respuestas que anhelaba, miedo a morir sin escuchar las respuestas que deseaba. Miedo a morir sin decir lo que tenía pensado, a la sociedad, a ciertas personas, personas especiales. Miedo a morir sin hacer cosas que prometió hacer, que se prometió hacer. Miedo a caer en el olvido.

De repente una luz iluminó la oscuridad. La luz solar penetraba sigilosa por los recovecos de la persiana. Había sido solo un mal sueño, pero el miedo y la angustia continuaban.

Albarrán 

No hay comentarios:

Publicar un comentario