sábado, 19 de febrero de 2011

Arde el Nilo

Si el pequeño Túnez ha sido capaz de convertir su mecha en llama en otros países árabes, ¿qué no puede hacer el gran país del Nilo?

Egipto, el país árabe más poblado, arde en rebeldía, arde en revolución, arde clamando libertad, democracia, y la marcha del que podría ser el último faraón, convertido ya en momia. Mientras Mubarak aumenta el toque de queda, los ciudadanos, convertidos todos en héroes nacionales, siguen saliendo a la calle para no perder el ritmo de una carrera que saben podría ser histórica. Egipto no es Túnez. Egipto no tiene el nivel de educación de Túnez y tiene una importante fuerza de la oposición que, aunque no ha tomado la iniciativa ni la delantera en estas revueltas, podría tener mucho que decir al final del proceso. La presencia mayoritaria de los Hermanos Musulmanes podría llevar a pensar, a priori, que esta revolución tiene probabilidades de acabar en un régimen islamista no democrático, pero no hay nada más lejos de la realidad. El partido islamista lleva ya muchos años demostrando que apuesta por la democracia, presentándose de manera independiente a las elecciones (no puede hacerlo como partido ya que están ilegalizados), elecciones que por otra parte sabe que va a perder, pero demostrando así su carácter democrático. Y es que hemos desvinculado islamismo de democracia, cuando la realidad nos dice lo contrario. Son muchos los partidos de corte islamista que apoyan la democracia y juegan dentro de sus reglas, como el turco Justicia y Desarrollo, Hamas en Palestina (que llegó al poder en Gaza mediante unas elecciones que pedía Occidente y que luego desestimó) o Hezbollah en el Líbano, donde como partido democrático ha pactado en numerosas ocasiones con, por ejemplo, el partido cristiano maronita de Michel Aoun.
Pero, si presuponemos que esta revolución triunfará y que en Egipto habrá un cambio de régimen, las incógnitas más impresionantes se abren en el exterior del propio país de las pirámides. Egipto ha sido en las últimas décadas, desde el gobierno de Nasser, el país árabe que ha venido marcando las directrices de actuación en la región, debido a su enorme peso político. Fue el primer país árabe en firmar la paz con Israel, y a raíz de Camp David poco a poco la mayoría de países hicieron lo mismo. Además, en los últimos años Egipto se había convertido en un buen amigo de los sionistas, machacando en las fronteras a la maltrecha población de Gaza. El cambio de régimen podría desestabilizar la situación que se vive en Palestina. Pero es que también podría propagar de forma fulgurante el fervor revolucionario por toda la región. Si la decena de millones de habitantes de Túnez han conseguido crear un efecto dominó, el peso de los ochenta millones de habitantes de Egipto debería, para nuestra alegría, hacer temblar a los demás regímenes autoritarios árabes. El triunfo, crearía también amargos dilemas en los hipócritas políticos occidentales, que, deseosos de que sus intereses post-colonialistas no fuesen trastocados en estos países, han apoyado a estos tiranos. Ahora se ven en la encrucijada de seguir apoyando a estos corruptos títeres occidentales, con el riesgo de perder credibilidad internacional, o de apoyar a los valientes revolucionarios que piden lo que nunca debería ser negado, la libertad. Nosotros sabemos con quien estamos.

Albarrán

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