sábado, 19 de febrero de 2011

El fósil que se negaba a ser enterrado

Mubarak se ha convertido en un fósil político que se niega a ser enterrado. Igual que una pesadilla de la que tardas en despertarte, los ciudadanos, héroes egipcios que llevan ya 17 días en la plaza Tahrir, han tardado en reaccionar tras el discurso del faraón que no quiere perder su trono.

Ha comenzado el octogenario presidente dirigiéndose al pueblo egipcio como un padre que se dirige a sus hijos, recurso que recuerda al papel de paterfamilias que les gustaba adoptar a los monarcas absolutistas de los siglos XVII y XVIII, monarcas cuyo poder estaba legitimado por Dios y por su nacimiento, legitimación que parece haberse asentado en la mente del rais. A continuación ha decidido tomar un tono triste y abatido, pero sin duda burlón para los miles de manifestantes que le escuchaban, prometiendo que hará justicia con los culpables de las muertes de lo que ha llamado mártires y que su sangre no se habrá derramado en vano. Que extraño, juraría que los culpables son él y sus esbirros. Tras este alarde de poca vergüenza, ha pasado a excusarse diciendo que todos pueden cometer errores, pero que lo importante es saber reconocer esos fallos y solucionarlos. Más burla para los manifestantes. Debería irse inmediatamente si no quiere cometer más errores, si lo importante es reconocer los errores y solucionarlos, ya estaría volando en su avión hacia Arabia Saudí. No está en su política el predicar con el ejemplo.

No contento, ha decidido seguir riéndose de los que le escuchaban cada vez con menos esperanza. Tocaba el turno de las elecciones. Ha reiterado que se quedará hasta septiembre para asegurar en ese mes unas elecciones libres y transparentes. Vaya, lo que nos faltaba por oír, habrán pensado en la plaza de la Liberación. El hombre que nos lleva engañando en las urnas y robándonos la libertad y la capacidad de decisión durante 30 años ahora nos va a asegurar unas elecciones libres. Tiene que tener mucho autocontrol Mubarak para no haberse reído mientras leía sus ironías. Le ha llegado el turno al diálogo. El muerto cuyo corazón todavía quiere latir ha proseguido su espectacular discurso hablando del diálogo que han iniciado con los jóvenes y con las fuerzas políticas. A mi no me han llamado pensarán en Tahrir. Si lo hubiesen hecho ya les habría pagado el billete de ida. Para terminar, se ha referido a la creación, por supuesto liderada por él, siempre hablando en primera persona, de unas comisiones para la reforma de la Constitución y para el cambio. Quizás quiere reformar ese artículo, el 77, que permite la reelección indefinida.

El discurso nos da la sensación de que Mubarak lleva mucho tiempo inmerso en ese síndrome que tienen los dictadores por el cual se creen infalibles e indispensables, aunque teniendo en cuanta que Occidente se lo ha estado repitiendo durante muchos años, no se si tenemos que culpar al faraón de ello. No hay más opción, el pueblo no va a abandonar las calles hasta que Mubarak no se vaya, y alargar la agonía sólo puede traer consecuencias negativas. El ejército, tras su último posicionamiento, parece ponerse del lado de las protestas, pero en cualquier momento, con el pretexto de asegurar el país, puede intentar hacerse con el poder. Mubarak ha perdido todos sus apoyos, incluidos los de unos aliados occidentales que, hasta hace un mes, eran su principal apoyo. Tiene que irse ya, hacer algo positivo por ese país que dice amar, antes de que se derrame más sangre. Sólo Arabia Saudí le sigue apoyando, y esa monarquía es la mayor lacra del mundo árabe. Para luchar contra el terrorismo islámico no hay que apoyar dictadores desde Occidente, sino criticar y dejar de apoyar al régimen saudí, que es de donde salen todas las doctrinas wahabitas peligrosas.

Albarrán

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